martes, 16 de septiembre de 2008

Una silenciosa charla...

Debajo de un roble, en las lejanías de quien sabe que pueblo, descansaba. Su katana yacía al lado del cesto de comida, y algunas de sus prendas estaban colgadas en las ramas meciéndose con el viento.

Era uno de esos atardeceres de verano, esos donde la brisa del comienzo de la noche te refresca el espíritu después de haber sobrellevado las altas temperaturas de la tarde. El silencio estaba presente en cada uno de los rincones del pueblo, pero su melodía gritaba en la colina que había atraído a la extraña.

Sus ojos cerrados permitían revivir los momentos bélicos que hacía poco tiempo había librado. El profundo análisis del oponente, la ruptura de la quietud del viento, el roce de las hojas de las espadas, el ínfimo contacto en la aproximación de los movimientos, los breves momentos estáticos de la batalla, las preguntas cubiertas detrás de los rostros inexpresivos, los sonidos ausentes, la distracción de los recuerdos, la ausencia del origen certero de la pelea, el sin sentido de la particularidad de la lucha, la fuerza aplicada y correspondida, la respuesta mecánica del movimiento reconocido, una mirada de reojo, el próximo ataque fatal, dejar caer la espada, la espera, la eternidad del instante, la aproximación final del contrincante, la sonrisa producida por el reconocimiento, una promesa resguardada, un adiós, la interposición voluntaria entre el arma blanca y su corazón, la última aproximación de los cuerpos, la mirada vacía, las hojas de un roble, el nuevo correr del tiempo, su último atardecer…

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