domingo, 7 de septiembre de 2008

Domingo de Ramos...

1789.-

“En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo”… “Amén!”

Las doce del medio día, estruendoroso se dejó sentir entre la plaza y las calles de los alrededores, la multitud comienza a llenar la plaza entre grandes carcajadas y discusiones.

Pies descalzos…

Una madre presurosa tomaba casi a trote a su pequeño hijo, quien, con no más de tres años, iba distraído por las hojas de palmas adornadas con flores que desprendían un olor nuevo para sus sentidos…

Vestido blanco…

El viento del sur soplaba suavemente, dejando en claro la época del año; una anciana vendía bufandas en la esquina y recibía además un gracias en forma de comida por parte de los compradores.

Una canasta de mimbre…

El choque de monedas compraba la fe de quienes minutos antes habían sido condenados a pasar otro día con hambre, un debate de precios se disputaba entre quienes aprovechaban las fechas y quienes reprochaban los precios.

Flores blancas y amarillas

Los finos trajes se paseaban de un lado a otro, tal vez preguntándose qué hacer con el acontecimiento inexistente al que, aunque ya hubiese pasado tiempo, sin duda temían.

Con la respiración entre cortada se detiene para comenzar a repartir aquello que el día anterior, con su madre, había recortado del jardín, dejándolas una vez más sin el esplendoroso color que prevalecía en la estación anterior.

Una pequeña sonrisa…

Camina, pequeña, entre los apresurados pasos, tomando con una mano el canasto y con la otra una flor levantada para poder ser observada entre las personas…

“¿Una flor para que acompañe su día?”, repetía una y otra vez. Los roces entre cuerpos maltrataban las flores del canasto.

Manos espinadas…

La angustia de tener a alguien en casa la acompaña las siguientes horas.

Comienza a nevar levemente, y sus ojos se desplazan hacia arriba. Las personas se mueven en conjunto, encerradas en su mundo, ajenas a todo lo demás.

El reloj marca las cinco; con las manos , sin abrigo, continúa su caminata, ya cansada, intentando vaciar el canasto de flores marchitas, su cabello, blanco por los pequeños copos, descansaba sobre sus hombros, acompañados de una mirada vacía, pero dispuesta a encontrar a alguien que le comprase al menos una de sus flores.

Vio acercarse entonces a una anciana, envuelta en su tapado, demacrada por el traba de las minas, se dirigió lenta pero constantemente hasta el lugar de al niña.

Abrió un poco más los ojos de admiración, y por cada paso que la señora daba le era aún más difícil creer que lograría, después de todo, juntar algo de dinero para el pan.

“Dame una” dijo la anciana estirando su brazo, el sobre salto, la esperanza que volvía, todo, llenaron su ser. Muda, estiró su mano, sacando la rosa más blanca, la más hermosa; sin creerlo aún volteó su rostro para entregársela, dirigiendo esta vez su mirada hacia los ojos negros de la anciana; el temor y el viento frío empaparon sus ojos de lágrimas.

Un sobresalto…

La mano de la añeja mujer siguió de largo hasta dar con una rosa roja, su vista, perpleja, sigue el brazo de quien la vendía, hasta dar con la cara de un niño sonriente, con rastros de hollín por todo el rostro.

“Muchas gracias, aquí tienes”, palabras de la Potosina.

“Cuando guste, regrese aquí, a Sucre y la esperaré con todo un ramo” responde el pequeño.

Una sola lágrima fue derramada…ahogando el corazón de la niña, cuyos ojos celestes se opacaron. Recorrió las otras calles sin descanso, desapareciendo entre los copos de nieve que formaban su recuerdo, ella, ya formaba parte de las voces olvidadas.

“¿Querría una flor para que acompañe este día?”…

1 comentario:

Anónimo dijo...

en verdad, sería lindo si todos pudieramos conseguir la felicidad de alguien más de una forma tan sencilla como esa... aunq en cierta forma, está más cerca de lo q pensamos