viernes, 3 de septiembre de 2010

Juego de Miradas

De alguna forma te hiciste espacio entre la multitud, me pasaste una moneda señalando al chofer, mientras las hojas de tu boca se arrugaban en el tiempo que le tomaba a tu otra mano meter el monedero y cerrar tu bolso, dejando un lápiz en tu mano; te miré ignorando la sonrisa que guardabas debajo de esos bocetos, me limité a pasar la moneda, y el silencio se apoderó del ambiente, como siempre en ésta época. Así pasó el primer día que no me detuve para verte; y así fue como pasaron los siguientes, tú te sentabas cuando el recorrido vaciaba a la gente en la esquina izquierda del fondo y tarareabas alguna melodía, entre susurros, mientras tus ojos parecían perdidos en cuanto tu mano comenzaba a deslizar el lápiz; yo me mantenía al margen de los libros que llevaba en mis manos y, parado entre los barrotes de metal, me limitaba a observar, de tanto en tanto, la irregularidad del tráfico humano; comencé a notar que sólo tomabas esta línea tres veces por semana y un sábado de más por mes, que nunca subías en la misma parada, pero que siempre te bajabas antes que yo, que siempre llevabas atado tu cabello y una cinta amarilla alrededor de tu cuello, que tus ojos, a veces, espiaban afuera y que tus manos nunca se desprendían de aquel lápiz.


Un día de ésos, en los que todo se repite, decidí romper las leyes de la rutina e ir a sentarme a tu lado. Abrí mi libro y esperé a ver el cambio, comenzabas a dibujar algo nuevo, -Hoy, sí que hace calor, ¿no crees?-, pregunté de pronto mientras mi yo interno me refregaba en la cara que era la pregunta más trivial que pude haber hecho, me miraste, -Más que ayer, posiblemente menos que mañana-, respondiste, los siguientes minutos fueron eternos entre tu mano que no dejaba de trazar líneas y curvas suavemente, y las mías que cambiaban de página cada cierto tiempo, por más que no haya leído ni la cuarta parte de ella, -¿qué estás dibujando?-, intenté por última vez, no estoy segura-, vencido desvié mi mirada hacia los garabatos de los asientos de adelante, pero continuaste, -sucede que rayo la hoja, imaginando diferentes cosas o situaciones; las voy rayando unas sobre otras, hasta decidir cuál de todas quiero-, me causó gran sorpresa la sinceridad de tu respuesta, pudiste haber respondido cualquier cosa específica para dejar de hablar y continuar como si nada, me sonreí y continué con mi libro, esta vez tranquilamente, -es posible que trate de plasmar lo que no percibimos con facilidad-, te había sacado una sonrisa, -¿qué estás leyendo?-, esta vez tú querías continuar con la conversación; el calor era sofocante, pero nuestra charla comenzó a ser cada vez más fluida, hasta que llegamos a tu parada, te levantaste, tomé algunas cosas y te ayudé a llegar a la puerta, me agradeciste y te despediste con un hasta mañana, -serás bienvenida al cementerio de sueños las veces que quieras-, refiriéndome yo al autobús mismo que habíamos tomado, te sonreíste de modo jovial, sacando un poco la lengua y contestaste, -y contigo volveré a parar el tiempo-, reíste, -¿y regresar en él?, pregunté, -las veces que quieras-, respondiste, cerraron las puertas y continué lo restante de mi recorrido.


El día siguiente, noté que ya estabas dentro, pero te habías sentado en el tercer asiento; como si no te hubiera visto, me senté justo un asiento adelante, decidí no interrumpir tu tarea diaria y abrí mi libro: -¿Qué ves?, me preguntaste tapándome los ojos, -Nada-, respondí algo sobresaltado, -previamente palabras, ahora un espacio negro-, no retiraste tus manos, -no me mires con los ojos-, continuaste suavemente, comprendí y decidí seguir tu juego. -Veo una niña asustada y mareada por el movimiento del micro, aferrada a su madre de poca paciencia; un hombre esperando el momento para arrancarle el collar a una anciana y salir corriendo; un chico cediendo su asiento a una señora, pero una cholita, llena de bolsas pesadas, parada todo el recorrido; un viejo verde observando a una chica de minifalda; un par de adolescentes intercambiando chismes; algunos corazones rotos, otros sufridos; personas hambrientas, la ausencia de ilusión reflejada en el silencio del alma acalorada de la gente, y, hoy por hoy, una extraña para el común denominador de los que abordan este autobús. - noté cómo la presión ejercida por tus manos cambiaba en el transcurso de mi explicación, la brisa caliente que entraba por las ventanas se dejaba sentir, me soltaste y te dirigiste a tu asiento particular, me cambié de asiento, una vez más, a tu lado, -yo creo que los sueños mueven a las personas a hacer lo que hacen-, dijiste de pronto, -creo que han perdido el deseo de luchar por ellos, sólo esperan al siguiente que les dé falsas esperanzas para continuar en su rutina diaria, y hacer lo que les queda, vivir-, me miraste fijamente, Qué te hace pensar eso?-, noté que eras una idealista, intenté ordenar mis ideas para hacértelas lo más concretas posibles, -por la forma en que reaccionan ante cada situación-, pausadamente cuestionaste,

-¿y tú, acaso, no haces lo mismo, aquí encerrado, en la misma ruta?-, tu pregunta tenía una sola respuesta, -no, no soy igual, yo lo observo, ésta es una de las tantas líneas de la ciudad que no sólo transportan personas, sino también diferentes realidades, vidas y a nadie le importa la persona del lado, por eso a todos los vencen juntos-, guardé espacio para escucharte, -estás equivocado-, respondiste secamente con una mirada distante, y terminaste diciendo, -no se trata de saber cómo van a actuar de acuerdo a una situación; se trata de comprender el porqué llegan a actuar de esa forma- te paraste, -no todo es blanco y negro, adiós-, te di espacio, entrecerraste tus ojos para regalarme una cálida sonrisa mientras agitabas tu mano, respondí con otro adiós, caminaste recto, no esperaste a que el micro frenara por completo y saltaste, como siempre, cayendo en la acera, equilibrándote para volver a la realidad. Me sonreí, continué leyendo, sin notar la presencia de una hoja blanca volteada que reposaba a mi lado, al levantarme, ésta se movió despertando mi curiosidad, bajé apresurando el paso, abrí la puerta de mi departamento, dejé las llaves en el escritorio y tomé la hoja, me dejé caer en el sofá, sorprendido y estupefacto; habías dibujado, con lápiz carboncillo, la parte interna de un micro, jugando un poco con las luces y simulando el movimiento de la gente, pero dejaste hasta los mínimos detalles plasmados en un hombre parado apoyado entre los dos barrotes de metal, sosteniendo un libro abierto con la mano derecha, cuya mirada se encontraba fijamente dirigida al campo externo de la obra, hacia el observante de la misma, hacia el autor, en los tiempos de su creación.


No volví a verte, y, ahora, sigo viendo los mismos rostros, de vez en cuando algunos nuevos, escuchando la misma historia en las noticias de la radio y siento el pasar de los días, entre el recuerdo de tu adiós y la incógnita de saber quién eras o, al menos, qué pensabas al levantar tu mirada hacia afuera, es por eso que espiar por estas ventanas sin voltear en todo el recorrido se me ha hecho rutina, tal vez sentir tus dedos sobre mis ojos, mientras preguntas curiosamente ¿qué ves?, es algo que aún espero. Después de todo, este autobús se ha convertido en un hervidero de ilusiones.

By Carol
(Lidia Requena Paz)

Cuento Ganador del Concurso Nacional de Cuento Breve, Diciembre, 2008

No hay comentarios: